Cuando tuve la oportunidad de analizar Warhammer 40.000: Shootas, Blood & Teef, un plataformas twin stick shooter en 2D de corte clásico, pero de una manera que no me esperaba.
El WAAAGH! como filosofía de vida
En esas estamos; ya sabes, todo es muy chungo y huele a muerto a quince años luz de distancia. Quizás por eso me ha encantado cómo Warhammer 40.000: Shootas, Blood & Teef se mete en su tradicionalmente lóbrego universo de una manera muy sarcástica, muy natural. Lo hace, en esencia, a través del desfase, del aquí hay lío y eso es lo único que nos importa. Por mí genial. Evidentemente, no te esperes una aventura que haga especial énfasis en la historia, porque más bien te vas a encontrar con una locura que parece sacada de una de esas geniales historietas de Adult Swim: a grandes rasgos, eres un orko espacial, una de las razas más brutales, crueles y fanáticas de la galaxia, y todo va bien hasta que llega el jefe de tu horda, te roba el pelo y te tira de un helicóptero. Así, ni buenos días ni nada. De un plumazo se borra toda la tensión argumental, toda la letanía interminable de nombres y la megalomanía que suelen acompañar a los desarrollos inspirados en Warhammer, costumbre que no tiene nada de malo pero no siempre apetece.
Nuestro protagonista, como es lógico, se siente ultrajado, lo que da comienzo a una suerte de venganza ilógica y de proporciones cataclísmicas. ¿La razón de fondo? Ya de entrada tu clan de orkos estaba en medio del WAAAGH!, una especie de migración-guerra santa en la que incontables individuos de la especie se unen para masacrar y destruir todo lo que pillan a su paso. En este caso, les toca a los humanos, para no variar. Lo más sorprendente es cómo Shootas, Blood & Teef consigue engancharte a su acción desmedida, a su frenetismo culpable, sin que te preguntes nada y sin que te pares en ningún momento a pensar qué demonios estás haciendo. Después de todo, lo único que haces es matar cosas: al principio son tus congéneres, luego humanos, y luego cualquier cosa que se te ponga por delante, desde abominaciones inexplicables a tanques de guerra con engranajes sospechosamente ineficaces.

Ya que estamos diciéndonos las verdades, lo cierto es que siempre he sido un defensor acérrimo de los videojuegos que, de un modo u otro, ahondan en la naturaleza humana (Geometry Wars o Robotron 2084.

Metal y Warhammer, buena combinación
¿Cómo podríamos trasladar esas sensaciones al presente? Shooters frenéticos de doble palanca los tenemos a patadas, algunos mejores que otros, como el ya legendario Hotline Miami. Todo sea dicho, Shootas, Blood y Teef no es un juego tan loco, pero también tiene sus momentos, especialmente en lo que a jefes finales y "Kill’em All" se refiere. Esto último, que no deja de ser otra de sus constantes referencias metaleras, es un evento de horda en el que tienes que acabar con un número determinado de enemigos hasta que la cosa se calme. Evidentemente, el "cómo" es cosa tuya: a pistolazo limpio, escopetas, lanzacohetes, lanzallamas, cócteles molotov… O mi favorito personal, el bláster explosivo, el acompañamiento perfecto para la brutal banda sonora que se gasta el juego.

Fíjate si me han convencido estos momentos que, aunque solo han pasado unos días, ya recuerdo con especial cariño uno de estos Kill’em All; más específicamente, uno que acontece en los primeros compases de la aventura. Contexto: estaba yo haciendo mis movidas de arrasador bidimensional cuando me encontré con un buen concierto de power metal. Imagínate el rollo: los orkos moviendo sus cabezas, en un headbang de melenas desvanecidas (Turquía no existe en Warhammer 40.000), hasta que se dieron cuenta de que estaba ahí y se lió parda. Cuando terminé la horda, rodeado de cadáveres desmembrados y exhausto porque todavía me estaba haciendo a las mecánicas, el batería del grupo se cabrea y se convierte en un jefazo, idea que me parece bestial porque no solo conecta temáticamente con el espléndido diseño sonoro del título, sino porque también hace de cierre de uno de los mejores niveles de una manera absolutamente cautivadora.
Le ha faltado un poquito de ambición, un mejor apartado gráfico y una mayor profundidad jugable
Sé que la relación puede parecer lejana, pero no pude evitar pensar en World of Warcraft, más específicamente en Zahúrda Rajacieno, una mazmorra clásica del eterno MMORPG de Blizzard. Por ahí en medio, tirado a la bartola, te encontrabas con un jefe llamado Mordresh que, entre otras cosas inefables, estaba presidiendo una reunión satánico-metalera con unas cuantas decenas de esqueletos. Bien es sabido que el mejor baile de todo World of Warcraft es el de los no-muertos, así que el momento se me grabó a fuego en la memoria. Es curioso porque Warhammer 40.000: Shootas, Blood y Teef no tiene nada que ver con la fantasía de Blizzard, más allá de la existencia de orcos y de conciertos donde guitarra eléctrica y ríos de sangre forman una unión ineludible, así que me parece un gran ejemplo para reflexionar sobre cómo funcionan los mecanismos del recuerdo en esto de los videojuegos. ¿Era una referencia real, o simplemente es algo que tenía valor solo para mí? Voy un poco más allá: ¿Realmente importa la diferencia?

En fin, el título de Rogueside no es perfecto, creo que eso es evidente; le ha faltado un poquito de ambición, un mejor apartado gráfico y una mayor profundidad jugable, sobre todo en temas de rejugabilidad, para contarse entre los grandes twin stick shooters de su tiempo, pero solo por su puesta en acción frenética, su cooperativo hasta para cuatro jugadores, y los recuerdos que me llevo creo que ha valido la pena darle caña durante unos días. Han sido unas cuantas horas de descubrimiento, primero en solitario y luego acompañado de mi novia, ya que Shootas, Blood y Teef es sorprendentemente accesible para los nuevos jugadores, y me quedo con lo siguiente: de tanto en tanto es bueno salir de tu zona de confort, porque nunca sabes qué te vas a encontrar.
Ver 4 comentarios