Desde sus primeras apariciones en las estupendas series de animación de Star Wars, Saw Guerrera me pareció un personaje fascinante. Había en él algo distinto al típico héroe idealista que tantas veces nos ha dado Star Wars. Me gustaba encontrarme un personaje tan politizado y a la vez, tan dispuesto a luchar desde una zona moral bastante gris por aquello que consideraba justo. Su aparición en Rogue One, aunque breve convirtió al personaje en uno de mis preferidos de la saga, porque no solo se había radicalizado, además estaba herido y parecía haber perdido completamente la cabeza. Eso quería decir que ahí había una historia que no me habían contado, y estaba deseando conocerla.
Ese arco el personaje se despliega por fin a fondo en Andor, tanto en su primera como en esta segunda temporada, pero en realidad, no es más que la puerta de entrada a uno de los rincones más oscuros de la rebelión en Star Wars, pero también un tremendamente interesante.
Aviso de spoilers: Este artículo contiene detalles de la temporada 2 de Andor.
"¡Salva la Rebelión! ¡Salva el sueño!"
Uno de los grandes aciertos de Andor, y en general de este enfoque más adulto de Star Wars, es mostrarnos que la Alianza Rebelde no surgió como un frente unido y coherente. Al contrario, fue la consecuencia de una amalgama de células, facciones, milicias y organizaciones políticas que, si no fuera por el enemigo común que es el Imperio, probablemente habrían acabarían combatiéndose entre ellas. Esta visión, más cercana a la historia real que a la mitología galáctica, es un soplo de aire fresco para quienes estamos dispuestos a fijarnos con más detenimiento en los detalles de esta mitología.

La serie nos muestra con crudeza ese mosaico de ideologías en choque constante. Saw Guerrera desprecia a todos aquellos que no luchan como él. Su odio hacia los separatistas es visceral, una herencia de sus años en la guerra contra los droides separatistas, pero su desprecio también se extiende a otras facciones insurgentes, como la Brigada Maya Pei. Y bueno, en su caso, puede que tenga sus razones. Esta facción, que hace su aparición en los primeros episodios de la segunda temporada de Andor, parece sacada de una parodia bélica: guerrilleros perdidos en la selva que se juegan sus decisiones tácticas en una absurda partida de Cinco Manos y reglas Roski, una suerte de "piedra, papel, tijera, lagarto, Spock" que pasa de señalar lo decadente de su situación a ser algo ridículo. Claro, aquí no hay que perder de vista el elemento metatextual, y es que en palabras del ensayo de Abigail Reed, estas dinámicas internas, cariscaturescas, representan la desconexión entre algunos movimientos insurgentes y la realidad del pueblo al que pretenden liberar. Pero que tienen una finalidad real.
Cada facción encarna una respuesta diferente a la opresión, y Andor nos obliga a considerar que ninguna de ellas es perfecta, pero todas son necesarias
Reed habla de "radicalismos performativos" que hacen más ruido que revolución, y que en el caso de Star Wars, nos invitan a preguntarnos cuántas veces una causa justa se ve lastrada por quienes la representan. En su ensayo explica que entre 2015 y 2019, la Walt Disney ha introducido una serie de personajes y tramas en Star Wars que generaron reacciones mixtas entre el público, además de debates sobre la representación de personas de color, mujeres y personas queer en el cine contemporáneo. Su analiza estos elementos desde una perspectiva político-económica y critica cómo Disney representa a comunidades marginadas, argumentando que su enfoque es regresivo. Según Abigail Reed, los personajes como Saw Gerrera son utilizados para intereses corporativos, ignorando las historias y luchas de estas comunidades y grupos civiles, y promoviendo un modelo de gobierno centrado en la supremacía blanca y los intereses del Norte Global. Mo es de lo que os quería hablar hoy, pero me parece interesante que tampoco lo perdamos de vista.

Volviendo a la narrativa interna de Star Wars y Andor, este caos interno de los rebeldes contrasta de forma brillante con el aparente monolito que representa el Imperio Galáctico. Desde fuera, el sistema imperial parece un bloque sin fisuras: jerárquico, disciplinado y brutal. Pero los fans más atentos ya sabemos que no es exactamente así. La primera temporada de Andor ya nos dejó entrever las luchas internas, como vimos cuando hablamos del siniestro ISB. Es un reflejo perfecto del totalitarismo en su fase más burocrática: la fachada de orden esconde un hervidero de traiciones, favores y paranoia. Sin embargo, donde el Imperio opta por sofocar cualquier diferencia en su seno, los rebeldes se ven obligados a convivir con ella. Y eso, lejos de debilitarlos, los convierte en una amenaza difícil de hacer frente.
La comparación con la Guerra Civil Española es inevitable, y Andor parece consciente de ello. Si el levantamiento franquista representaba el orden impuesto por la fuerza, el bando republicano era un conjunto de sensibilidades políticas que, aunque unidas por la defensa del gobierno legítimo de la República, tenían posturas ideológicas muy distintas. Había socialistas, comunistas, anarquistas, nacionalistas vascos y catalanes, republicanos liberales… Cada grupo tenía su visión del futuro, sus prioridades, incluso sus enemigos internos. La tensión entre estas facciones fue clave tanto para su fortaleza inicial como para su colapso posterior. Lo mismo ocurre en la galaxia muy, muy lejana: el objetivo común es acabar con el Imperio, pero cada grupo imagina una galaxia distinta una vez lo consigan.

Y es que, ¿qué viene después del triunfo? Saw Guerrera quiere justicia inmediata, sin importar el coste. Mon Mothma busca una solución diplomática, política, social, casi utópica. Luthen Rael, el personaje más enigmático y trágico de Andor, está dispuesto a sacrificarse en la oscuridad por una causa que él mismo sabe que no verá triunfar. Cada uno encarna una respuesta diferente a la opresión, y Andor nos obliga a considerar que ninguna de ellas es perfecta, pero todas son necesarias.
Andor no solo enriquece el universo de Star Wars; lo complica
Este enfoque más realista y político del conflicto rebelde encuentra su eco, curiosamente, en el final más fantasioso y sentimental de la saga. En El Ascenso de Skywalker, cuando todo parece perdido, es una flota de naves civiles liderada por Lando Calrissian la que responde al llamado desesperado de la Resistencia. No son soldados, ni flotas militares. Son "La Gente". Así lo llama el personaje de Poe Dameron. Es un momento diseñado para emocionar, y no falla: confieso que siempre se me escapa una lagrimilla cuando aparece ese enjambre de naves en el cielo de Exegol. Pero después de ver Andor, ese momento cobra otro sentido. Porque ahora sabemos que detrás de cada nave probablemente hay una historia, una ideología, una razón para luchar que no necesariamente coincide con la de al lado. Galácticos héroes anónimos que son un reflejo de lo que fue la rebelión: fragmentada, contradictoria, idealista… y tremendamente humana.
Y ahí está la clave. Andor no solo enriquece el universo de Star Wars; lo complica. Le da aristas, profundidad, memoria. Nos recuerda que en toda guerra hay zonas grises, intereses cruzados, decisiones difíciles. Sacrifico. Que en la lucha por la libertad hay un precio. Por eso me fascina ese rincón oscuro de la rebelión. No todos quienes se alzan contra el Imperio son un Luke Skywalker, portadores de un legado y llamados a un destino casi mítico. La mayoría solo es gente que quiere un futuro mejor. Porque en la rebelión y en la lucha por la libertad y lo que es justo caben todas las contradicciones que sean necesarias. Porque detrás de la épica hay política, y tras la política, gente. Gente condenada a entenderse.
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